Deja de hablar de tus PROBLEMAS
¿Alguna vez has sentido que cuanto más hablas de tus problemas… peor te sientes?
Como si cada conversación fuera una repetición del mismo drama… pero sin solución.
Hoy vengo a decirte algo incómodo pero necesario:
debes dejar de hablar de tus problemas.
Porque eso que crees que te alivia… en realidad te está hundiendo más.
El problema es que a nuestra mente le encantan los bucles. Es por ello que en el blog de hoy, quiero compartir contigo las claves que harán que tus problemas estén donde deben, fuera de tu mente, para que tu estés donde te mereces, lejos del dolor.
Acompáñame.
RUMIACIÓN
Por lo general, no somos conscientes de que hablar y pensar constantemente de nuestros problemas solo hace que crezcan cada vez más.
La rumiación es un proceso de pensamiento repetitivo y negativo.
Le damos vueltas y vueltas a nuestras preocupaciones, en lugar de buscar soluciones o alternativas. Esto, como podréis imaginar, afecta enormemente al bienestar emocional.
Cuando rumiamos, aumentamos la intensidad de nuestros problemas.
Al pensar y hablar constantemente sobre ellos, les damos más poder y permitimos que ocupen más espacio en nuestra mente. Es por ello que la rumiación se convierte en un círculo vicioso del que es difícil salir.
El caso es que tu cerebro no es capaz de diferenciar si algo está ocurriendo de verdad o simplemente lo estás reviviendo en tu mente una y otra vez.
Cada vez que piensas en ello… tu cuerpo lo vuelve a vivir.
Estrés, ansiedad, tristeza… se vuelven parte del día a día.
Pero hay una salida. La clave reside en romper ese patrón negativo de conducta.
Veamos cómo.
ROMPIENDO EL CICLO
Si estás en esta circunstancia, seguro que te has dado cuenta de lo difícil que resulta salir de ese bucle de negatividad del que estamos hablando. Vamos a ver varias formas de sacar a la fuerza a nuestra mente de ahí.
Punto 1: Muévete
Cuando estamos atrapados en pensamientos negativos, queremos entender, analizar, controlar…
Pero eso solo alimenta el bucle.
La mente no resuelve el problema desde el mismo estado en el que se creó.
El truco está en interrumpir el patrón.
¿Y cómo lo podemos lograr?
A través del cuerpo.
La mente no se apaga pensando, se regula actuando. De ahí la importancia de hacer algo físico que te obligue a cambiar de estado. El cuerpo es la vía rápida al presente, y debemos aprovecharlo.
La forma más sencilla es a través del deporte, porque te obliga a salir de tu cabeza y a enfocarte en el presente.
Cuando estás, por ejemplo, caminando en la naturaleza, tu mente está en el recorrido, en el paisaje, en tu respiración, y se evade de los problemas.
Es un momento de calma y paz para tu mente.
Lo bonito del ejercicio es que hay mil formas de llevarlo a cabo. Es fácil encontrar alguna que te llame la atención y disfrutes, lo que sin duda es una ventaja para el mantenimiento de este hábito.
Andar en bici, correr, pasear por la montaña, nadar ya sea en la piscina o en el mar, ir al gimnasio…
El caso es probar y sentir los beneficios.
Por otro lado, también hay un motivo neuroquímico para que tu cuerpo y mente se sientan mejor cuando haces ejercicio:
las endorfinas.
Son un analgésico y ansiolítico natural.
Reducen la sensación de dolor y ayudan a anular las emociones negativas que derivan de pensar en los problemas de forma constante.
En esencia, cualquier actividad que te resulte placentera estimula su producción.
Otra hormona que se libera al hacer deporte es la dopamina. Te hace sentir eufórico, y genera una sensación de satisfacción al lograr tu objetivo.
También se libera serotonina, que afecta al estado de ánimo e induce una sensación de calma.
El caso es que tenemos una farmacia al completo en nuestro cerebro, y si eso no es motivo suficiente para por lo menos intentar dar el primer paso y mover tu cuerpo, no sé qué más podrá convencerte.
Recuerda empezar poco a poco, para que el choque de una gran intensidad inicial no te haga abandonar.
También puede resultar útil, encontrar a gente de tu círculo, amigos, familiares… Que dediquen tiempo al deporte para que te guíen desde la experiencia.
Si le das una oportunidad, en cuestión de poco tiempo le habrás cogido el gusto, y empezarás a notar los beneficios que te otorga poner tu cuerpo en movimiento.
Punto 2: Escribe y quema
Muchas veces, el motivo de la rumiación es tratar de comprender, pero lo único que conseguimos es sentir mucho y entender poco.
Si quieres vaciar tu cabeza, debes sacar el pensamiento de ahí, y hablo de forma literal.
Coge un papel y escríbelo.
Escribir lo que sientes te obliga a dar forma a algo que parece caótico. Te obligas a reflexionar de verdad sobre lo que ocurre en tu mente, en lugar de dar vueltas y vueltas sin llegar a ningún lado.
Puedes verlo como sacar la basura mental, y es un hábito que en lo personal me lleva acompañando muchos años.
Cada vez que siento que estoy en bucle con un problema, coge papel y lápiz. Escribo todo lo que me preocupa, y ver mis pensamientos en el papel me da distancia. Logró verlo desde otro ángulo. Es como cuando un amigo te cuenta un problema, y para ti la solución que él buscaba es evidente.
Distanciarnos de un problema nos permite verlo de forma objetiva, y facilita buscar una solución.
Además, la mayoría de los pensamientos en bucle que nos asedian son irracionales. Escribirlos te hará ver lo ridículos que pueden llegar a ser y el poco sentido que tienen. Cuando los veas escritos en el papel verás que han perdido el poder que tenían en tu mente, y te será mucho más fácil encontrar soluciones.
Depende cual sea el pensamiento, un ritual psicológico poderoso puede ser quemarlo.
De esta forma mandas un mensaje claro a tu subconsciente: esto ya no me controla.
Puede sonar dramático, pero en depende que casos puede resultar de gran utilidad.
Punto 3: Diálogo interno
Muchas veces pensamos que repetir una y otra vez el problema va a solucionar algo.
En nuestro diálogo interno predominan cosas como: “estoy cansado”, “todo me sale mal”, “siento que no sirvo para nada”… y entramos en bucle.
El caso es que tu mente cree que si hablas más del problema, se acabará solucionando, pero tu y yo sabemos que lo único que se logra es reforzarlo.
Imagina que estás enfermo y vas al médico.
Él te pregunta qué sientes y tú, durante media hora, solo repites: “me duele la cabeza, me duele la cabeza, me duele la cabeza”.
Como solo repites el síntoma y no le das más información de tus hábitos o de cualquier cosa que pueda estar generando el síntoma, el médico no puede darte ninguna pauta para aliviarlo.
Eso es exactamente lo que ocurre cuando repetimos el problema, pero no buscamos dirección ni soluciones.
La clave aquí es cambiar el diálogo interno.
En vez de repetir una y otra vez: “no puedo más”, “esto me supera”, “no voy a conseguirlo”…
Empieza a decir: “esto me está costando, pero estoy buscando formas de gestionarlo”.
Con cada pensamiento negativo recurrente debes darle la vuelta a la tortilla.
Si no ves la forma, pide ayuda a alguien de confianza que lo vea todo desde otro ángulo y de forma menos subjetiva.
Gracias a esto, empiezas a hablar desde el poder, no desde la herida.
Dejas de lado el papel de víctima, y empiezas a hacerte cargo y a gestionar tu dolor.
La próxima vez que entres en bucle, hazte estas tres preguntas:
1) ¿Me estoy centrando en el problema o en la solución?
2) ¿Este diálogo interno me acerca a una solución o solo a repetir lo que ya sé?
3) ¿Qué puedo hacer ahora mismo para solventar este problema?
Punto 4: Rodéate de apoyo
Uno de los mayores errores que cometemos cuando estamos atrapados en la rumiación es rodearnos de personas que nos confirman que todo está mal. Que validan nuestra queja sin empujarnos a cambiar. Personas que, aunque parezca que nos escuchan, en realidad solo están atrapadas en el mismo ciclo que nosotros. Nos hundimos juntos, nos quejamos juntos, pero no salimos de ahí. Porque hay algo cómodo en hablar con alguien que también se siente perdido. No te juzga, no te exige… pero tampoco te impulsa. Y si lo que quieres es salir del bucle, necesitas otro tipo de entorno.
Debes rodearte de personas que, después de hablar contigo, te hagan sentir más fuerte, no más débil.
Personas que no solo te escuchen, sino que también te desafíen.
Que no te dejen quedarte en la historia de siempre.
Que cuando empieces con el “todo me sale mal”, te digan “vale, ¿y qué vas a hacer con eso?”.
Personas que, en lugar de reforzar tu identidad de víctima, te ayuden a construir una nueva identidad basada en tu capacidad de respuesta, en tu crecimiento, en tu poder personal.
A veces, lo más valiente que puedes hacer no es seguir contándole tus problemas a quien siempre te da la razón, sino buscar a alguien que te haga ver las cosas desde otro ángulo, aunque resulte incómodo.
Y no siempre es fácil.
A veces esas personas están fuera de tu círculo habitual.
A veces son más exigentes, menos complacientes, y eso puede doler al principio.
Pero a la larga, te transforman.
Porque lo que te rodea, te moldea.
Si estás rodeado de drama, acabas actuando desde el drama.
Si estás rodeado de visión, te elevas hacia ella.
Así que hazte esta pregunta con honestidad:
¿Las personas con las que más hablas te acercan a la versión que quieres ser o te mantienen donde estás?
Piensa en ello.
Espero que este blog te sea útil para romper con esos patrones de pensamiento que tanto agotan, y que encuentres la solución a tus problemas. Gracias por acompañarme un día más, y nos vemos en la próxima.